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1 de noviembre de 2008

La Ciudad de los Césares - un enigma geográfico


LA CIUDAD DE LOS CÉSARES

UN ENIGMA GEOGRÁFICO*


Por Eduardo Thenon, Ph.D.


* El texto publicado aquí forma parte de los item complementarios iniciales correspondientes a la obra homónima del autor y se ofrece con carácter de preimpresión.




Entre la realidad y el mito


El capitán Francisco César, miembro de la armada del gran navegante Sebastián Gaboto, dirigió en el verano austral de 1528-1529 una profunda entrada al interior del actual territorio argentino. Partió de la margen derecha del Paraná marchando hacia el oeste al mando de un pequeño contingente. Buscaban riquezas referidas por náufragos de expediciones anteriores. A su regreso al fuerte de Sancti Spiritus informaron haber hecho grandes y sorprendentes hallazgos. Esta noticia –la noticia de los césares, así conocida por tratarse de los hombres de César- dio lugar al interés inmediato de conquistadores y autoridades coloniales. Tras siglos de exploraciones se abandonó oficialmente el asunto por haberse tornado irrelevante, pero se abrió en cambio un debate intelectual que no ha cesado. Naturalmente no faltan quienes aún sueñan con el hallazgo efectivo de una ciudad perdida, y es bien conocido el carácter mítico y pertinaz de estas clásicas búsquedas. Pero algo hubo en el origen de la leyenda y allí nace una línea investigativa aún no plenamente transitada. El fondo documental disponible y los medios técnicos modernos permiten nuevos abordajes. Y por eso, una vez más, la leyenda continúa.




Fuerte Sancti Spiritu (reconstrucción)
Punto de partida de la expedición de los césares
Puerto Gaboto, Santa Fe, Argentina


El misterioso asunto de una ciudad oculta en los confines australes de América del Sur ha sido en su origen un tópico de la conquista. Hasta fines del siglo XVIII la cuestión fue considerada por las autoridades coloniales. El interés por el tema ha dado lugar, a lo largo de casi cinco siglos, a una base bibliográfica compuesta por textos y documentos, artículos, capítulos de libros y asimismo libros enteramente dedicados al asunto de la Ciudad de los Césares o Ciudad Encantada de la Patagonia. La variedad de los aportes revela una amplia gama de intereses y perspectivas: desde informes oficiales elevados a gobernadores y virreyes (y aún por éstos al propio rey de España) hasta crónicas y derroteros desarrollados en la búsqueda y difundidos por expedicionarios espontáneos; desde estudios históricos y referencias eruditas hasta ensayos novelescos, libres y fantasiosos. También se cuenta con trabajos profundos dedicados a analizar el trasfondo de la tradición mítica americana -previa y posterior al arribo y penetración de los europeos- y sus relaciones críticas con las tradiciones renacentistas y clásicas.


La leyenda de los césares, nacida en 1529, se instala en el imaginario sudamericano y su nombre queda asociado con los territorios patagónicos situados a ambos lados de la cordillera y en particular con los territorios pampeanos del dominio aborigen, a punto tal que estos espacios, extendidos desde el sur de las sierras pampeanas hasta la región del estrecho magallánico, llegan a ser conocidos como provincia de los césares y son objeto de capitulación para su exploración, dominio y gobierno. Los testimonios y relatos tardíos referidos a la presencia de ciudades de cierta importancia en los espacios del sur americano son simples confusiones originadas en el desconocimiento de los pobladores de una u otra región acerca de las fundaciones realmente acaecidas a lo largo de ejes de expansión dependientes de otras capitanías, gobernaciones o virreinatos. Tal fue el caso, por ejemplo, del pueblo costero de Carmen de Patagones, informado en las regiones andinas como el hallazgo de la Ciudad de los Césares. Bien se ve que un poblado hasta entonces desconocido podía ser prontamente relacionado con la leyenda. Aún hoy, ya en el tercer milenio, hay quienes buscan la ciudad encantada con más ilusión que sentido histórico-geográfico, esperando quizá convertirse en descubridores de alguna ciudadela o de una nueva Machu Picchu oculta en los Andes australes.


Si aún resta una tarea por hacer respecto de este asunto es probablemente otra cosa: se trata de establecer un sitio -es decir mucho menos que encontrar una ciudad legendaria- capaz de reunir las condiciones y elementos originarios de los primeros testimonios, los del capitán Francisco César y sus hombres. Si fuera posible determinar un área en la que cobraran sentido las referencias básicas de la primera noticia (la noticia de los césares) sería asimismo posible estimar el valor y el potencial de nuevas conjeturas. Cierto es que algunos enclaves o espacios regionales han sido propuestos con ese propósito, pero no surgió de ellos ningún resultado teórico ni la inspiración para ideas realmente novedosas; menos aún habría de obtenerse resultados arqueológicos.


Este enfoque representa el regreso a aquel estadio de la cuestión en el que aún se procuraba establecer histórica y geográficamente los aspectos plausibles, razonables y lógicos del mito. El conocimiento acumulado y la disposición de nuevos criterios y medios de investigación y análisis justifican, quizá, un retorno a esa andadura racional largamente abandonada.



Frente al enigma


Un viejo asunto sin solución, es decir una incógnita duradera, nos plantea alternativas incómodas: por una parte podemos dudar de la seriedad del asunto, negando que el contenido específico constituya un interrogante investigable (ello implica suponer la presencia de un falso problema); entonces sólo queda la posibilidad de referirse al tema como un mito y en consecuencia puede ser tratado como un objeto de interés antropológico y cultural; por otra parte es posible reconocer que el tema reposa sobre bases débiles y ha dado lugar, a lo largo del tiempo, al desarrollo de líneas de investigación variadas y confusas, y quizás tan imaginativas como inconsistentes; pero también cabe suponer que la información escasa y precaria, sumada a la falta de una adecuada visión de conjunto, tanto espacial como temporal, ha llevado a perder el rastro, a extraviar los vestigios que hubieran podido conducirnos a una imagen clara y confiable, capaz de generar al menos una versión racional y plausible acerca de la vieja cuestión no resuelta. Si aceptamos que la tarea de investigar es una actividad equiparable con la actitud venatoria, es decir que guarda relación con el arte de la caza, entonces aceptamos también que ésta consiste en seguir los vestigios; por lo tanto, si estos de han perdido, si están en su mayor parte irremediablemente extraviados, se ve reforzada la esperanza en la vía de las reconstrucciones, la vía de la recomposición por medios indirectos.


Una anomalía persistente termina finalmente por establecerse como un enigma. Y este carácter, es decir la condición enigmática de un viejo problema que resiste una y otra vez los embates de quienes pugnan por resolverlo, refuerza a su vez el interés del tema. El conjunto de interrogantes asociados con el caso pluricentenario de la Ciudad Encantada o de los Césares parece insondable e inabarcable; una y otra vez se ha dicho que el asunto no mereció nunca la cantidad de esfuerzos ni la tinta corrida en pos de su solución. Creemos que no es esa la manera de cerrar un tema histórico y geográfico de tanta relevancia en la exploración y ocupación española de la América del Sur, cuyo origen se sitúa precisamente en la primera entrada efectiva y documentada al interior profundo de los territorios australes. Es posible que la solución cabal y definitiva no sea alcanzable y que los interrogantes permanezcan como tales, pero es asimismo posible encarar la tarea con vistas a establecer el cuadro inexplicado de manera tal que este mismo cuadro conduzca a la formulación de una imagen técnica integrada, a conjeturas fértiles y quizá a la proposición de hipótesis contrastables.



La leyenda y los ecos de la quimera


La leyenda de los césares nace en los albores de la exploración y conquista de las tierras americanas. El fortín de Sancti Spiritus, fundado por Sebastián Gaboto a orillas del Paraná, es la base para una incursión terrestre que trae a su regreso, en febrero de 1529, la noticia de César o de los césares. Desde entonces el mito de una Ciudad Encantada o de los Césares, ciudad de maravilla oculta en el interior de la ignota tierra sudamericana, crece y se ramifica, arboriza. La imagen originaria de la leyenda, centrada en una ciudad colmada de riquezas, despierta el interés y sirve de estímulo a los exploradores y aventureros de la conquista, pero la atención sobre el asunto alcanza luego a otros estamentos y comprende finalmente a oficiales reales, clérigos y autoridades coloniales. El mito de los césares queda asociado con las extensiones inexploradas del Cono Sur y llega a identificarse oficialmente con el nombre de Provincia de los Césares a las tierras del dominio aborigen que se extienden desde el sur de las sierras pampeanas hasta la región del Estrecho de Magallanes.


El tema atrae luego la atención de cronistas e historiadores, de autores y editores, de académicos y conferencistas. Andando el tiempo se acumula un fondo documental rico y variado, con diversos grados de seriedad y de verosimilitud. Por su parte, los aventureros y los ilusos continúan con la porfía de la búsqueda de riquezas materiales, desdeñosos, como es habitual, de la opinión erudita y de las versiones ajenas a su entusiasmo. Pero la escasa racionalidad y la casi nula credibilidad de las versiones sobre la existencia real de la ciudad encantada contribuyen al progresivo desinterés de los gobernantes, los misioneros y los exploradores. Entretanto, las especulaciones acumuladas, superpuestas y entremezcladas con otros mitos (americanos, peninsulares y europeos) sobrepasan el marco del interés local y material, originando estudios críticos y comparativos cifrados en el sentido y valor cultural del mito y realizados por académicos e investigadores reconocidos.


Los aportes de autores responsables convergen hacia una interpretación central, atendible. En efecto, ya en los siglos diecinueve y veinte los estudiosos y analistas basan sus trabajos en fuentes primarias y comparten algunos aspectos liminares: coinciden en que si algo vieron César y sus hombres en su entrada a las pampas pudo tratarse del fruto de una conjunción de circunstancias. En primer lugar la supuesta ciudad pudo ser algún refugio habitado por incas del Cuzco alejados del Perú o impedidos de regresar en razón de la situación política existente y de la llegada hostil de los españoles al corazón del imperio. En segundo término era necesario explicar la presencia de hombres blancos, referida desde el principio por el contingente de los césares que regresó al fortín de Gaboto y mencionada también por “testigos” posteriores; para dar cuenta de ello las versiones más atendibles recurrían a la potencial presencia en tierras patagónicas de algunos europeos sobrevivientes de los naufragios, ciertamente acaecidos en las aguas del Estrecho magallánico. Los náufragos habrían marchado hacia el norte hasta dar con aquellos incas quienes les habrían acogido en sus asentamientos.


Estas especulaciones incurrían en ciertos anacronismos ya que se asociaba a la ciudad encantada con desastres náuticos conocidos, pero ocurridos años o décadas después de la expedición de César; es necesario reconocer, no obstante, que al menos estas posibles presencias permitían dar cuenta de “avistamientos” informados en fechas posteriores, por caso en pleno siglo diecisiete. En tercer lugar se generó cierta convicción en torno de la posibilidad de existencia de algún paraje natural muy singular y apropiado para desencadenar visiones idílicas o fabulosas; estos parajes no son escasos en los andes patagónicos y de hecho uno de ellos, de particular belleza, lleva con acierto el nombre de Valle Encantado, en la provincia de Río Negro. Pero no se avanzó lo suficiente sobre la posible localización basada en criterios geográficos. En cambio se mantuvo una gran fidelidad a “datos” de latitud y de todo tipo tan poco confiables como las fuentes que los produjeron. El caso es que estos tres elementos básicos de consenso son en principio atendibles, aunque no basten por si mismos para resolver los enigmas o al menos para dar cuenta en medida aceptable de los interrogantes que cabe plantearse en relación con el asunto de los césares.


Los ecos de la quimera llegan hasta nosotros, casi cinco siglos después, en un mundo alejado ya de las expectativas ancladas en ensueños y maravillas. Pero sorprende constatar el interés que aún despierta el tema, plasmado en ediciones agotadas, en sitios de la red global dedicados al asunto y ¡en solicitudes formales de permisos de búsqueda de la Ciudad Encantada! En efecto, presentaciones de este tipo tramitan en nuestros propios días para la búsqueda en parajes deshabitados al sur del paralelo 41º de latitud sur. Bien parece que no se trata de un caso cerrado. Entonces ¿qué es lo necesario para cerrar la cuestión o darle un nuevo rumbo? Quizá la respuesta sea que carecemos de un preciso análisis geográfico capaz de articularse con los estudios ya realizados y como complemento de ellos.


Las explicaciones disponibles, aquellas que procuran dar cuenta de los hechos y también del mito, de la leyenda, no ofrecen una conjetura razonable, fundada, acerca de la posición geográfica del sitio avistado por los césares de la primera hora, los del capitán Francisco César. Los atisbos de análisis geográfico, tales como el que ubica a la presunta ciudad encantada en el área del actual embalse del Río Tercero (Córdoba, Argentina) sobre la base de que allí encuentra explicación uno de los nombres de la leyenda (el reino de Lin-lin) no alcanzan a ofrecer en cambio ningún asidero, por pequeño que este fuera y a pesar del valor innegable de algunas contribuciones publicadas, a la visión de una ciudad fantástica, referida de manera insistente por la leyenda. Por cierto, la mera prosperidad de los aborígenes comechingones no parece suficiente para justificar el revuelo provocado por la noticia de los césares. Y si bien hay que descontar gran parte de todas las maravillas referidas por la leyenda, si hemos de dar cuenta de su origen será necesario asumir, al menos como hipótesis de trabajo, que esta fue sostenida en su mismo inicio por algún hecho, quizás mínimo pero real y efectivo. Este hecho originario tan evasivo pudo estar relacionado con la existencia de un entorno geográfico particular, dotado de características singulares y cuya ubicación hipotética podría ser ahora establecida.


El lugar geográfico capaz de originar un mito semejante debe reunir un conjunto notable de condiciones y rasgos: en primer término debería estar situada en un punto compatible con la necesaria convergencia de los actores; respecto de esta primera condición debemos consignar a un contingente de incas asentados en los confines de su imperio y a algunos hombres blancos, presuntamente náufragos o "gente perdida", que habrían logrado unírseles en paz; pero el sitio requiere asimismo la condición básica de ser alcanzable por la expedición del capitán César en el verano de 1528-1529 mediante una marcha sin caballos ni otras cabalgaduras; en segundo lugar, el sitio debe reunir las condiciones propicias para haber sido elegido por los refugiados incas que lo habitaban (actores estos de reconocida capacidad, nivel de desarrollo y conciencia territorial y estratégica); finalmente, en este sumario análisis inicial, valga decir que el sitio del emplazamiento y sus cercanías debieron contener elementos construidos o naturales (he aquí un punto clave) capaces de generar la imagen o la ilusión justificada de un entorno monumental, provisto de un efectivo poder de impacto visual. Este último elemento del rompecabezas puede dar la piedra de toque para ofrecer una respuesta básica y una conjetura razonable y fundada; en efecto, la presencia en el sitio adecuado de elementos naturales compatibles con la leyenda sería un elemento decisivo para conformar un esquema plausible y dar cuenta provisional y tentativa del cuadro inexplicado.


La vía del análisis cultural referida a la producción de mitos y leyendas parece aquí plenamente apropiada, pero salvo algunas menciones y opiniones propias respecto del sentido mítico y de las posibles razones de la supervivencia inusitada del caso de la Ciudad Encantada de los Césares, centraremos el tratamiento del tema en sus aspectos geográficos, sobre los cuales se cifra el propósito de la tarea. Esta se reduce entonces a practicar ciertas consideraciones geográficas destinadas a articularse, en la medida en que pueda considerarse adecuado, con los valiosos aportes que el tema ha suscitado en los últimos tiempos por parte de autores calificados. En síntesis se trata de hallar un sentido espacial, lógico y fundado, a la cuestión no resuelta de la leyenda de los césares.

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