LA
OTAN, RUSIA Y LA UCRANIA DE LOS COSACOS*
LA
PUGNA POSICIONAL EN LAS ÁREAS DE CONTACTO ENTRE BLOQUES
*Versión
original del artículo publicado en ARCHIVOS DEL PRESENTE,
REVISTA
LATINOAMERICANA DE TEMAS INTERNACIONALES, n° 62, año 17,
2014, pp 35 a 44
por
Eduardo Thenon, Ph.D. (Laval, Canadá)
Buenos
Aires, agosto de 2014
Resumen:
Rusia
y la OTAN disputan
uno
de los
dominios
sensibles
situados
en
los bordes de
sus áreas
de poder.
Ucrania
es ahora el
casillero central.
Una
vez más,
potencias
extranjeras intentan
controlar la ribera
norte
del Mar Negro. Crimea
representa
el ojo de la tormenta: allí asienta sus reales,
desde
1784,
el
puerto militar ruso
de
Sebastópol.
Los
promotores
de la
algarada en curso
no se atienen a una ética transparente. Subyacen ciertos imperativos
inconfesables.
Las
confusiones deliberadas -políticas,
geográficas,
mediáticas
e históricas- contaminan
los medios
de comunicación.
La
cuestión
ucraniana
es compleja, como lo
es la
trayectoria
del país de los cosacos. Crimea
y en particular Sebastópol,
así como la
cuenca industrial del este ucraniano,
representan piezas irrenunciables en el esquema de poder de la
Federación de
Rusia;
no obstante,
mientras
fracasan
en
el intento de dominarlas,
los
socios de la
OTAN no
cesan
de pregonar
la necesidad de “frenar a Putin”.
_____________________________________________________________________________________
Día
a día, en tiempos recientes, se conocen detalles sobre la escalada
del conflicto ucraniano. La crisis iniciada en esta primavera boreal
de 2014 comprende diversos actores, pero la cuestión resulta
abordable considerando dos protagonistas principales, cada una de los
cuales se relaciona a su manera con una nación eurasiática signada
por la marca mítica de los cosacos. Podemos ensayar una aproximación
al tema mediante una imagen compuesta por la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN) frente a la renovada nación rusa
liderada con rigor por el presidente Vladimir Putin; al esquema de
enfrentamiento más o menos soterrado de estos actores principales se
suma, en este caso, la ardua cuestión ucraniana, conformada por un
complejo cultural e histórico-geográfico establecido bajo diversas
improntas, entre las que destaca la presencia secular de los cosacos.
El
juego de las potencias y de los bloques o alianzas tiene lugar en
escala global y ocurre de manera incesante. Pero una
dosis masiva
de manipulaciones informativas nos mantiene anestesiados.
Insistiremos sobre este punto porque solo la conciencia clara podrá
evitar un nuevo desastre.
Esta
figura, tan socorrida en nuestro tiempo, originada
en mitos y credos cósmicos,
alude
a una situación en la
que
los
astros
parecen haber abandonado al hombre. En efecto, esa será la sensación
que tendremos
si las tensiones acumuladas durante los últimos sesenta años
terminan por descargar su poder. La posibilidad no es remota.
En
escala mundial, las disputas posicionales en las regiones de contacto
-regiones de interacción
cultural
y de
recelo-
se localizan entre las áreas
de influencia privativa detentadas por ambos bloques principales,
vagamente asociadas con las referencias hemisféricas
de
Oriente
y Occidente.
Pero esta identificación primaria ha perdido sentido toda vez que
algunas naciones plenamente orientales -el caso de Japón es
ejemplar- militan, por imperio de las circunstancias, en el bando
ideológico, estratégico y militar de Occidente. Los
enfrentamientos, constantes y de todo tipo, responden a los intereses
nacionales y supranacionales organizados mediante coaliciones,
ensambles, alianzas, tratados y pactos. Los
promotores del revuelo ucraniano
no se atienen a la primacía de una ética transparente; tampoco la
observan,
como es habitual,
los
objetivos de las partes comprometidas
en
las
luchas
territoriales.
Subyacen ciertos imperativos inconfesables.
Cuando
las cuerdas se tensan, durante los acontecimientos
en pleno desarrollo
-como gusta repetir el periodista uruguayo-venezolano
Walter Martínez- las crisis internacionales sacrifican dos pilares
de la comprensión del mundo: la Historia y la Geografía. Ambas
ciencias sufren
abusos,
piratería (versiones antojadizas) y pillaje (sustracciones
maliciosas).
Ambas disciplinas
experimentan
omisiones, malversación y manipulaciones. En su momento, el inefable
Ronald Reagan se refirió a Libia como un país de "Medio
Oriente", sin advertir que Trípoli se halla emplazada sobre un
meridiano cercano al de Frankfurt
(por
ello,
no son escasas las ambigüedades
históricas y culturales del país africano).
El californiano engominado confundía los cánones de la geografía
con los prejuicios culturales de su acervo. De hecho, una nación
fuerte lo seguía y un Papa de remplazo -¿de ocasión?- figuraba en
la botonera de su consola de mando; asimismo, el empleo de miles de
ojivas nucleares dependía de su elevado criterio. El mundo superó
aquellos trances, pero no convendrá desafiar nuevamente a Fortuna,
la imprevisible diosa.
Los
actuales dirigentes mundiales involucrados en la crisis de Ucrania
son sobrios, menos astrologizados, más cultos y cautos que algunos
líderes de los ochenta. Pero el peligro acecha. Debemos contar con
la probable presencia de asesores extremistas y temerarios. En la
propia Ucrania, piedra de toque de la crisis en curso, campean la
agitación y la confrontación interna. La ruptura de la cohesión
nacional es insondable; un equivalente de la corriente alternada
ioniza los espíritus animados por seculares diferencias. En medio
del desconcierto, las campanas repican su batahola de santas
indignaciones, gritos en el cielo y mentiras. La señora de Clinton
da un ejemplo excelente del tipo de persona atareada en estos
menesteres; ella, gustosa protagonista de mil y una intrigas, aparece
segura de sí misma, señorial animadora de encuentros entre
supuestos pares. Pero no siempre permanece sujeta al estilo contenido
que aconseja su alta investidura; en ocasiones bien seleccionadas la
señora ex Primera Dama se muestra, bajo estricto control, con
apariencia de espontaneidad, luciendo el aspecto y el talante de
alguien que ha sido sorprendido en su buenísima fe. Todo parece ser
aceptable a la hora de disfrazar las cosas.
Las
potencias tienden a concebir sus "patios traseros" como
campos propicios para el ejercitar
el
poder
a su arbitrio.
Tales abusos se practican sin
reconocer en las actitudes similares de los
adversarios un reflejo o una réplica de la conducta por
ellos reivindicada.
Pero el caso de Crimea
ni
siquiera admite el tratamiento de
patio
trasero de
Rusia;
hay
quien afirma y
quienes repiten ese
desatino
geofráfico.
Es
inevitable preguntarse: si el área del Mar Negro fuese el patio
trasero
ruso
¿cuál
sería entonces el jardín
delantero? ¿Siberia oriental, tal vez? Cualquiera
entiende los
significados
de
trasero
y
delantero,
pero
algunos
analistas conspicuos parecen confundir una cosa con la otra.
Por
cierto, la
península de Crimea,
las costas norteñas
del Mar Negro y del Mar de Azov
son
portales
directos
hacia
el
territorio de la
Federación.
Estos espacios,
tomados en conjunto,
representan para
Rusia una
de sus
principales
salidas al mar,
donde ninguna
nación
permitiría
la presencia de intrusos.
En
línea con ciertos yerros geográficos alarmantes viene al caso
recordar que días después del 11-S un matutino porteño publicó en
portada un mapa del Asia, centrado en Afganistán, en el cual había
desaparecido el majestuoso desfiladero que conecta el nordeste afgano
con el extremo occidental chino. Ambos países son estrictamente
fronterizos en virtud de este nexo terrestre; entre ellos es
practicable un trayecto a pie o en asno a lo largo del Pamir afgano.
El extremo chino del Corredor de Wakhan comunica directamente con la
región china de mayor presencia musulmana. El punto no era
despreciable, sobre todo a la hora de considerar probables
movimientos clandestinos y la posible huída de algún siniestro
personaje. Un mero descuido periodístico eliminaba de raíz, en
horas sombrías, un elemento de juicio útil para la ilustración de
los lectores. Naturalmente, los analistas no se apoyan en la
cartografía periodística ni en frases livianas, pero estos ejemplos
prueban la debilidad puntual de las fuentes abiertas y los efectos
malsanos de ciertas voces descomedidas.
Es
típico que las formaciones enfrentadas en prolongados forcejeos
-diplomáticos, estratégicos o militares- invoquen en la difusión
de sus justificaciones las más altruístas apelaciones y el sostén
de causas encomiables, dignas de alabanza. En las declaraciones
públicas, impulsadas mediante complejas redes informativas -se trata
en verdad de propaganda- campea el espíritu de las almas bellas.
Entretanto, en los hechos y en los pliegues de cada centro de poder,
predomina el talante primitivo emanado del complejo reptiliano que
anida en la base de nuestros cerebros. Las decisiones son crudas,
ajenas a toda ética, pero las presentaciones políticas y mediáticas
son revestidas con el plumaje impoluto de las blancas grullas del
Himalaya.
En
esta clase de asuntos no hay mejores ni peores; las potencias y los
bloques o alianzas desarrollan de manera equivalente las líneas de
acción, maniobras y simulacros humanitarios que consideran
convenientes o necesarios en orden a la consecución de sus fines. No
procede, por cierto, aquella distinción de los ochenta cifrada en un
campo del Bien trabado en pugna con el Imperio del Mal; semejante
caracterización de los bloques internacionales, pregonada por un
presidente americano, no era más que una secuela de la
cinematografía infantil de entonces. Como consecuencia de tales
concepciones, no disipadas del todo en un mundo inmerso ya en pleno
siglo XXI, la ciudadanía de las diversas formaciones plurinacionales
queda sometida al tañido insolente de uno u otro carrillón
informativo. Los tiempos signados por disputas territoriales activan
todos los campanarios y espadañas disponibles, echando al vuelo el
milenario estruendo de verdades a medias, esquemas sesgados y
mentiras lisas y llanas.
Resulta
difícil advertir la crudeza de los hechos en medio del énfasis
asignado a lo superfluo;
viene a la memoria el efecto mediático de los
patos
empetrolados en la Primera Guerra del Golfo Pérsico,
donde la
exposición lastimosa de las aves no dejaba de ser una minucia
convocante.
El
daño ambiental,
atribuible
al tirano de Bagdad,
fue mucho más difundido en el sensible Occidente que la estampa
atroz de los soldados calcinados con su cuerpo a medio salir de los
tanques en llamas. Por ello, el analista del conflictuado
presente, si aspira a ver en medio de la confusión algo más claro y
preciso que el retintín propagado por
su propio campo, necesitará
una visión descontaminada, libre
de juicios previos (pre-juicios), a
cubierto de engaños
sembrados con antelación, destinados a fomentar mentalidades
condicionadas.
Uno
de los diarios bienpensantes
de Argentina registra hasta el momento, en su archivo digital, nada
menos que 86 artículos relacionados con la idea de "frenar a
Putin". Entre nosotros poco se habla, en cambio, de frenar a la
OTAN
-una organización
armada-,
como si la alianza atlántica fuese una ONG ajena a toda audacia.
Existen diversos sitios
que señalan
sus
atropellos más flagrantes y las complicidades en juego, pero sus
prédicas, muy directas y algo desequilibradas, caen en saco roto, se
pierden entre las olas desinformativas administradas con
profesionalismo.
Participamos
convencidos
de los ideales libertarios, pero ningún ideal, ni siquiera el más
alto, puede justificarlo todo sin caer en el
fundamentalismo;
¿es
posible atribuir al humanismo trascendente del nazareno las masacres
perpetradas durante los siglos afiebrados de las Cruzadas? No. De
igual modo, la
causa de la libertad no puede justificarlo todo.
Nace
la OTAN, tan geográficamente definida, en la bella Washington,
Distrito de Columbia, el 4 de abril de 1949. Nombre de la madre: Gran
Bretaña. Nombre del padre (paternidad reconocida a última hora):
Estados Unidos. Madrina de bautismo: la
France.
Sexo de la criatura (al menos en castellano): femenino -es la
OTAN-. La madrina, Francia, toma distancia de su ahijada en 1966. Por
su parte, el Pacto de Varsovia nace en otra primavera, el 14 de mayo
de 1955. Padre y madre de la criatura: la Unión Soviética (es un
caso temprano de autoinseminación o partenogénesis, vaya uno a
saber). El nombre del recién nacido es breve e impresionante; si
querían asustar, lo lograron. Sexo: masculino -al menos para
nosotros es el
Pacto de Varsovia-. En relación con esta secuencia no faltan
inversiones temporales antojadizas, como si la OTAN hubiese nacido
para afrontar el desafío de un pacto inexistente.
Nota: algunos textos permiten una lectura entre líneas;
aquí,
entre pequeños
deslices,
es legible cierta
información casi olvidada.
La
crisis desatada en Ucrania a fines del
último invierno
boreal comienza con el golpe de Estado perpetrado contra el
presidente
Viktor
Yanukovich (obtuvo el 48,9 %
de
los votos).
El presidente depuesto era abiertamente pro-ruso.
Este
aspecto suele ser señalado como censurable; pero el caso es que
Ucrania es un país fundacional de la propia Rusia, integró el
Imperio, formó parte de la URSS y alberga numerosos
ciudadanos
de origen ruso, cuyo idioma es hablado por la mayoría;
además,
Ucrania y la Federación de
Rusia
mantenían, hasta el momento del golpe, toda clase de intercambios en
un marco de mutuo beneficio. Desde el comienzo de las protestas fue
clara la participación de una variedad de agrupaciones y corrientes
políticas, laborales y sociales,
descontentas con un gobierno muy poco transparente. La
situación inicial fue confusa;
pero a poco andar un grupo conservador asumió el control y surgió
como beneficiario de la asonada,
organizado
y unido
bajo el liderazgo de
sectores pro-occidentales (pro-OTAN,
precisamente).
Los usurpadores se reconocen como tradicionalistas,
un eufemismo caro a las posiciones de derecha. Un proceso electoral
apresurado y amañado -irregular en diversos aspectos, algunos de
ellos muy gravitantes sobre los resultados- encumbró en el mando a
los jefes
golpistas,
cohonestados por
un vidrioso acto comicial,
contando, sobre todo, con
el
apoyo entusiasta
de
poderes
domiciliados
en Occidente.
Ninguna
novedad trae el recurso de resquebrajar áreas ajenas mediante
revueltas promovidas y alentadas con disimulo, para luego cooptar
territorios, bajo una u otra figura. Este tipo de maniobras ha sido
varias veces puesto en práctica entre 2000 y 2005 en países
"primaverizados"; en general
se trata
de naciones postcomunistas,
pro-rusas
o independientes.
Son
mascaradas conocidas como "revoluciones de colores". El
recurso no es nuevo: mutatis
mutandis, resulta
ilustrativo el caso de Texas, que integraba el territorio mexicano:
este importante país
-en sentido geográfico- llegó a convertirse, durante unos diez años
(1836-1845),
en la República de Texas, antes de integrarse, finalmente, a la
Unión americana
como uno más de sus Estados. El mecanismo es viejo pero funciona. En
el caso de la captura de Ucrania por parte de las coaliciones
occidentales, la acción hábil y exitosa de los complotados originó,
por parte de Rusia,
una rápida maniobra restitutiva de la porción peninsular de
Ucrania, consumada con destreza por el
ex agente de la inteligencia soviética, Vladimir
Putin. Un
proceso simétrico
del que intentaba la OTAN
logró
el
inmediato regreso de Crimea al seno de Rusia, con apoyo masivo de la
Duma
(apareció
un
voto en disidencia, solo uno),
con
anuencia de los
líderes
de Crimea y de
los residentes pro-rusos de
toda
Ucrania, así como de
la opinión pública nacional
rusa.
El
valor territorial de Crimea es evidente, pero reviste, sobre todo,
una enorme importancia naval. La pieza clave de la península es la
base de Sebastópol, asiento de grandes flotas de mar. A partir de
esa posición se dispusieron, antaño y asimismo en los últimos tres
cuartos de siglo, los sectores de batalla en el Mar Negro; estas
previsiones son establecidas en orden al objetivo de sostener
fronteras defendibles en un área decisiva para asegurar la
intangibilidad de Rusia (el dominio del antiguo Ponto Euxino por
parte de una armada extranjera comprometería seriamente la defensa
del núcleo territorial). La recuperación de Crimea representa una
demorada restitución formal; en efecto, la histórica península
había sido graciosamente cedida por Nikita Kruschev a su patria
chica adoptiva (19 de febrero de
1954). El joven Nikita, nacido en Rusia, cerca de la frontera
oriental de Ucrania, trabajó en Yúzovka, nombre anterior de la
actual Donetsk -uno de los epicentros del enfrentamiento en curso-.
Una vez en el cenit de su carrera, el poderoso Kruschev, dotado de la
proverbial astucia campesina, tuvo su gesto principesco en favor del
antiguo terruño de acogida cuando semejante obsequio no significaba
más que un reordenamiento interno en el territorio nacional de la
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
La
historia extensa y compleja de diversos
pueblos reconocidos como cosacos
ha
sido objeto
de
intrincados estudios.
El palíndromo kazak
(legible
por igual en cualquier sentido) significa, según criterios
aceptados, hombre
libre, nómada. Se
trata de pueblos cincelados en áreas de
gran frontera, diferenciados
entre sí según su relación con determinados ríos de llanura. Así,
por
ejemplo, algunos
de estos pueblos esteparios
quedaron identificados como los cosacos
del Don
y otros como
cosacos de Kubán.
Estos jinetes libérrimos se desplegaron en indefinidos espacios
esteparios disputados con tártaros y turcos, entre otros pueblos
habitantes de aquellas regiones de transición. Las fronteras, se ha
dicho, son "lugares de memoria". Quedan conjugadas en ese
concepto las acciones del hombre de los confines, siempre sujetas a
condiciones inciertas y al imperio de perennes
dualidades.
Un
momento llamativo en la prolongada secuencia de relaciones entre
rusos zaristas y cosacos tuvo como protagonistas a los altivos y
temibles príncipes moscovitas del siglo XVI. Al respecto parece
impecable y anticipatorio un párrafo de Paul Herrmann escrito en su
obra erudita Grandes
exploraciones geográficas,
Labor, Barcelona, 1982, p.33:
Es
muy difícil puntualizar el verdadero significado de la palabra
cosaco. El vocablo, de origen tártaro, designa a los pueblos
ecuestres que, a fines de la Edad Media, vivían entre el Don y el
Dniéper, es decir, en la región
que hoy llamamos Ucrania y que tantos quebraderos de cabeza causa -y
seguirá causándolos en el futuro-
a los zares rojos de Moscú, de igual forma que los causó a sus
antecesores "blancos". Cabalgar y pillar son
para los cosacos términos sinónimos, como lo son para muchos
caballeros alemanes, italianos y franceses del
Medievo. Mirado desde arriba, desde la altura de los grandes duques
moscovitas, cosaco ha significado lo mismo
que bandido y ladrón.
No
debe extrañar, entonces, que Moscú pusiese en marcha, en el último
cuarto del siglo XVI, una expedición punitiva contra los cosacos,
quienes se vieron obligados a marchar hacia los bosques deshabitados
del gran Norte. Perdidos sus caballos, navegaron aguas abajo, en
improvisadas embarcaciones, siguiendo los cauces de los ríos que
corren hacia los mares glaciales. En 1581 se encontraban muy al este
de los montes Urales, iniciando así la ocupación de la ignota
Siberia, donde el invierno -se dice- congela a los gorriones en
vuelo, derribándolos como muertos. Por cierto, los cosacos no
pudieron avanzar más allá de los límites de (in)tolerancia
trazados por los mongoles; se trataba de descendientes de aquellos
que azotaron la historia; de tal modo, no eran gente dispuesta a
permitir incursiones improvisadas en las inmensidades del Asia
profunda. Años después, desde 1584, conduce el Estado el legendario
Boris Godunov, líder del consejo de regentes al servicio de Teodoro
I, hijo y sucesor de Iván el Terrible. El futuro zar dispone la
ocupación sistemática del gran espacio inexplorado donde alguna
compañía salinera y luego los cosacos expulsados habían cargado
con las penurias de la labor pionera.
Un
hito fundamental en la historia que involucra a los cosacos,
y en la evolución del marco socio-cultural que los contiene,
consiste en el reconocimiento, por parte de Ucrania
(1654)
de la autoridad del zar ortodoxo moscovita (Alexis I). Esta
reubicación política de Ucrania en la configuración regional no
significa una renuncia a las bases profundas de su identidad
comunitaria. Por el contrario, la opción estuvo
fundada
en motivos religiosos -defensa de su fe ortodoxa- frente al
catoliscismo de Polonia, la cual era por entonces una firme y
extendida potencia regional.
Ya
en el
siglo
siguiente,
el núcleo
de Ucrania occidental constituyó la
Rusia Menor;
este
nombre
correspondió
durante los tiempos del Imperio al territorio situado sobre la banda
oriental del Dniéper, incluída Kiev,
cuya planta urbana ocupa ambas bandas del río.
La
nación ucraniana comprende una rica diversidad cultural y reconoce
distintos orígenes;
sus
valores compartidos no se reducen a aquellos de la tradición cosaca,
pero
ciertas
familias ucranianas, reputadas de tradicionales
o portadoras de blasones reconocidos, conservan hasta hoy su
identificación con la cultura autóctona de los cosacos. Numerosos
miembros de esta estirpe bravía, pertenecientes a diversas y
antiguas formaciones esteparias, tomaron parte activa en la lucha por
la independencia de la Ucrania moderna (1917-1920).
Hay
que decirlo: entre los cosacos no han escaseado los sentimientos
antisemitas. En la guerra que perdieron con los polacos -mediados del
siglo XVII- las huestes cosacas llevaron la muerte a numerosos
aldeanos y campesinos judíos. Ya en pleno siglo XX, civiles cosacos
colaboraron de buena gana con los ejércitos hitlerianos durante su
invasión a Rusia, tomando parte de manera espontánea y directa en
los atropellos callejeros y en los crímenes contra personas
indefensas pertenecientes a las comunidades judías. En años
recientes han sido difundidos ciertos documentos fílmicos de la
Segunda Guerra Mundial donde quedan expuestas las imágenes de
hombres y mujeres, típicamente cosacos, maltratando a ciudadanos
judíos; además, desfilan muy orondos -contentos de sí mismos-,
practicando el saludo nazi, con el brazo derecho extendido en
dirección imaginaria hacia un futuro tan grandioso como
estrafalario. Goering, quien no advirtió la oportunidad que se le
presentaba, terminó cazando también a los cosacos; el obeso
mariscal cometió así uno más entre los numerosos desatinos de
aquella desastrosa campaña. No obstante, el fenómeno cosaco es
portador de riqueza cultural y diversidad ideológica; en honor a
ello recordamos que una de sus formaciones militarizadas participó
del magno Desfile de la Victoria celebrado en Moscú, en junio de
1945.
La
península de Crimea
brinda
facilidades portuarias de excepción
en
un
país continental rodeado por mares glaciales, afectados durante
buena parte del año por el congelamiento local -autónomo-.
Es
el caso del Báltico y de los mares del gran norte siberiano -Blanco,
Kara, Laptev-, así como los de Bering y Okhotsk, mares marginales
del Pacífico Norte. La posesión de la península representa para
Rusia un imperativo estratégico irrenunciable. Sucesivos
enfrentamientos armados, sobre todo con las
fuerzas turcas,
aseguraron al Imperio Ruso, en fechas tempranas, el dominio
del Mar de Azov
y
de la rivera septentrional del
Mar
Negro;
además,
el Imperio obtuvo
de
los otomanos
-de
la
Sublime Puerta-
la
libertad
de
paso por el Bósforo y por
los
Dardanelos
-el
antiguo Helesponto-.
Pero
una
y otra vez la
oposición diplomática
y militar de
Inglaterra (luego
Gran Bretaña) logró
evitar o limitar
la presencia rusa en el Mediterráneo.
Finalmente, la "Marina total" desarrollada por la URSS
después de la crisis de Cuba (crisis "de los misiles")
aseguró a Rusia su presencia en el Mar Mediterráneo, con todas las
consecuencias geoestratégicas que ello implica.
Sebastópol,
puerto
militar
comprometido
en diversas contiendas, cayó varias veces en manos enemigas;
en todos los casos ello
ocurrió con
la
intervención
de tropas terrestres (400.000
soldados asediaron
la
base
durante
la Guerra de Crimea, 1853-1856).
Una
curiosidad histórica, marcada con ribetes épicos y estremecedores,
demuestra una vez más el significado
del
bastión naval
en aquello que suele denominarse el
alma rusa.
Durante
la
captura de
la plaza por
franceses, británicos y otomanos, en 1855, cayeron con honor siete
almirantes zaristas, incluyendo al comandante de las
fuerzas defensoras;
el
punto consiste en que tres de ellos
sucumbieron luchando a pie, arma en mano, como infantes o
artilleros.
Lo atestigua un joven,
presente en tan trágicas jornadas: el soldado Lev Nikoláievich
Tolstói, es
decir, León
Tostói.
En
relación con la crisis desatada en febrero resulta sorprendente que
la ilusión estratégica de las potencias atlánticas, junto a sus
aliados no tan atlánticos, haya llevado a sus líderes al extremo de
creer que por vía de una asonada pro-occidental, promovida en plena
capital de Ucrania y extendida desde Kiev al resto del país, podrían
quedarse con las márgenes septentrionales de los mares Negro y de
Azov, junto a la preciada península de Crimea. De ese modo -han de
haber imaginado- plantarían allí sus bellas banderas, en pleno
bastión de la armada rusa, en el histórico reducto portuario
construído entre las riveras escarpadas de la ría de Sebastópol
(fundada en 1784 por el Príncipe Potemkim). También quedarían en
poder de la OTAN las bases subterráneas para sumergibles sitas en
Balaklava. No faltarían beneficios adicionales: la habilísima
alianza triunfante retendría el puerto de la cosmopolita Odesa,
originalmente destinado por Catalina II a las operaciones mercantiles
del Imperio Ruso. Los planificadores del occidente guerrero soñaban
-cabe suponerlo- con sus naves surtas en los mayores puertos
militares y civiles del Mar Negro y con sus marinos de guerra yendo y
viniendo por los muelles recién conquistados.
El
plan concebido por la alianza atlántica y puesto en marcha en esta
primavera ucraniana expresa un expediente ambicioso en
extremo, audaz, poco claro y destinado al fracaso. Los hechos
acaecidos lo demuestran. Por su parte, los acontecimientos
en pleno desarrollo (sometidos a interpretaciones
caprichosas y sesgadas) no cesan de alarmar al mundo; un remolino de
violencia armada se cierne sobre el este ucraniano (o, quizá, sobre
Ucrania del Este). Pero los estrategas y los decisores occidentales
creyeron posible consumar una maniobra impecable. Y lo intentaron.
Son admirables.
____________________________________________________________________________
Eduardo
Thenon obtuvo el doctorado de investigación (Ph.D.) en la
Universidad Laval,
Québec,
Canadá.
Recibió la mayor
distinción
que
discierne la
Facultad
de Estudios Superiores en la instancia
de graduación
doctoral.
Es
profesor
titular
de investigación en carreras de maestría y de doctorado de la
Universidad Nacional de La Plata. (UNLP, República Argentina)
eduardothenon@gmail.com