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4 de marzo de 2015








LA OTAN, RUSIA Y LA UCRANIA DE LOS COSACOS*

LA PUGNA POSICIONAL EN LAS ÁREAS DE CONTACTO ENTRE BLOQUES


*Versión original del artículo publicado en ARCHIVOS DEL PRESENTE,
REVISTA LATINOAMERICANA DE TEMAS INTERNACIONALES, n° 62, año 17, 2014, pp 35 a 44


por Eduardo Thenon, Ph.D. (Laval, Canadá)
Buenos Aires, agosto de 2014



Resumen: Rusia y la OTAN disputan uno de los dominios sensibles situados en los bordes de sus áreas de poder. Ucrania es ahora el casillero central. Una vez más, potencias extranjeras intentan controlar la ribera norte del Mar Negro. Crimea representa el ojo de la tormenta: allí asienta sus reales, desde 1784, el puerto militar ruso de Sebastópol. Los promotores de la algarada en curso no se atienen a una ética transparente. Subyacen ciertos imperativos inconfesables. Las confusiones deliberadas -políticas, geográficas, mediáticas e históricas- contaminan los medios de comunicación. La cuestión ucraniana es compleja, como lo es la trayectoria del país de los cosacos. Crimea y en particular Sebastópol, así como la cuenca industrial del este ucraniano, representan piezas irrenunciables en el esquema de poder de la Federación de Rusia; no obstante, mientras fracasan en el intento de dominarlas, los socios de la OTAN no cesan de pregonar la necesidad de “frenar a Putin”.

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Día a día, en tiempos recientes, se conocen detalles sobre la escalada del conflicto ucraniano. La crisis iniciada en esta primavera boreal de 2014 comprende diversos actores, pero la cuestión resulta abordable considerando dos protagonistas principales, cada una de los cuales se relaciona a su manera con una nación eurasiática signada por la marca mítica de los cosacos. Podemos ensayar una aproximación al tema mediante una imagen compuesta por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) frente a la renovada nación rusa liderada con rigor por el presidente Vladimir Putin; al esquema de enfrentamiento más o menos soterrado de estos actores principales se suma, en este caso, la ardua cuestión ucraniana, conformada por un complejo cultural e histórico-geográfico establecido bajo diversas improntas, entre las que destaca la presencia secular de los cosacos.

El juego de las potencias y de los bloques o alianzas tiene lugar en escala global y ocurre de manera incesante. Pero una dosis masiva de manipulaciones informativas nos mantiene anestesiados. Insistiremos sobre este punto porque solo la conciencia clara podrá evitar un nuevo desastre. Esta figura, tan socorrida en nuestro tiempo, originada en mitos y credos cósmicos, alude a una situación en la que los astros parecen haber abandonado al hombre. En efecto, esa será la sensación que tendremos si las tensiones acumuladas durante los últimos sesenta años terminan por descargar su poder. La posibilidad no es remota.

En escala mundial, las disputas posicionales en las regiones de contacto -regiones de interacción cultural y de recelo- se localizan entre las áreas de influencia privativa detentadas por ambos bloques principales, vagamente asociadas con las referencias hemisféricas de Oriente y Occidente. Pero esta identificación primaria ha perdido sentido toda vez que algunas naciones plenamente orientales -el caso de Japón es ejemplar- militan, por imperio de las circunstancias, en el bando ideológico, estratégico y militar de Occidente. Los enfrentamientos, constantes y de todo tipo, responden a los intereses nacionales y supranacionales organizados mediante coaliciones, ensambles, alianzas, tratados y pactos. Los promotores del revuelo ucraniano no se atienen a la primacía de una ética transparente; tampoco la observan, como es habitual, los objetivos de las partes comprometidas en las luchas territoriales. Subyacen ciertos imperativos inconfesables.

Cuando las cuerdas se tensan, durante los acontecimientos en pleno desarrollo -como gusta repetir el periodista uruguayo-venezolano Walter Martínez- las crisis internacionales sacrifican dos pilares de la comprensión del mundo: la Historia y la Geografía. Ambas ciencias sufren abusos, piratería (versiones antojadizas) y pillaje (sustracciones maliciosas). Ambas disciplinas experimentan omisiones, malversación y manipulaciones. En su momento, el inefable Ronald Reagan se refirió a Libia como un país de "Medio Oriente", sin advertir que Trípoli se halla emplazada sobre un meridiano cercano al de Frankfurt (por ello, no son escasas las ambigüedades históricas y culturales del país africano). El californiano engominado confundía los cánones de la geografía con los prejuicios culturales de su acervo. De hecho, una nación fuerte lo seguía y un Papa de remplazo -¿de ocasión?- figuraba en la botonera de su consola de mando; asimismo, el empleo de miles de ojivas nucleares dependía de su elevado criterio. El mundo superó aquellos trances, pero no convendrá desafiar nuevamente a Fortuna, la imprevisible diosa.

Los actuales dirigentes mundiales involucrados en la crisis de Ucrania son sobrios, menos astrologizados, más cultos y cautos que algunos líderes de los ochenta. Pero el peligro acecha. Debemos contar con la probable presencia de asesores extremistas y temerarios. En la propia Ucrania, piedra de toque de la crisis en curso, campean la agitación y la confrontación interna. La ruptura de la cohesión nacional es insondable; un equivalente de la corriente alternada ioniza los espíritus animados por seculares diferencias. En medio del desconcierto, las campanas repican su batahola de santas indignaciones, gritos en el cielo y mentiras. La señora de Clinton da un ejemplo excelente del tipo de persona atareada en estos menesteres; ella, gustosa protagonista de mil y una intrigas, aparece segura de sí misma, señorial animadora de encuentros entre supuestos pares. Pero no siempre permanece sujeta al estilo contenido que aconseja su alta investidura; en ocasiones bien seleccionadas la señora ex Primera Dama se muestra, bajo estricto control, con apariencia de espontaneidad, luciendo el aspecto y el talante de alguien que ha sido sorprendido en su buenísima fe. Todo parece ser aceptable a la hora de disfrazar las cosas.

Las potencias tienden a concebir sus "patios traseros" como campos propicios para el ejercitar el poder a su arbitrio. Tales abusos se practican sin reconocer en las actitudes similares de los adversarios un reflejo o una réplica de la conducta por ellos reivindicada. Pero el caso de Crimea ni siquiera admite el tratamiento de patio trasero de Rusia; hay quien afirma y quienes repiten ese desatino geofráfico. Es inevitable preguntarse: si el área del Mar Negro fuese el patio trasero ruso ¿cuál sería entonces el jardín delantero? ¿Siberia oriental, tal vez? Cualquiera entiende los significados de trasero y delantero, pero algunos analistas conspicuos parecen confundir una cosa con la otra. Por cierto, la península de Crimea, las costas norteñas del Mar Negro y del Mar de Azov son portales directos hacia el territorio de la Federación. Estos espacios, tomados en conjunto, representan para Rusia una de sus principales salidas al mar, donde ninguna nación permitiría la presencia de intrusos.

En línea con ciertos yerros geográficos alarmantes viene al caso recordar que días después del 11-S un matutino porteño publicó en portada un mapa del Asia, centrado en Afganistán, en el cual había desaparecido el majestuoso desfiladero que conecta el nordeste afgano con el extremo occidental chino. Ambos países son estrictamente fronterizos en virtud de este nexo terrestre; entre ellos es practicable un trayecto a pie o en asno a lo largo del Pamir afgano. El extremo chino del Corredor de Wakhan comunica directamente con la región china de mayor presencia musulmana. El punto no era despreciable, sobre todo a la hora de considerar probables movimientos clandestinos y la posible huída de algún siniestro personaje. Un mero descuido periodístico eliminaba de raíz, en horas sombrías, un elemento de juicio útil para la ilustración de los lectores. Naturalmente, los analistas no se apoyan en la cartografía periodística ni en frases livianas, pero estos ejemplos prueban la debilidad puntual de las fuentes abiertas y los efectos malsanos de ciertas voces descomedidas.

Es típico que las formaciones enfrentadas en prolongados forcejeos -diplomáticos, estratégicos o militares- invoquen en la difusión de sus justificaciones las más altruístas apelaciones y el sostén de causas encomiables, dignas de alabanza. En las declaraciones públicas, impulsadas mediante complejas redes informativas -se trata en verdad de propaganda- campea el espíritu de las almas bellas. Entretanto, en los hechos y en los pliegues de cada centro de poder, predomina el talante primitivo emanado del complejo reptiliano que anida en la base de nuestros cerebros. Las decisiones son crudas, ajenas a toda ética, pero las presentaciones políticas y mediáticas son revestidas con el plumaje impoluto de las blancas grullas del Himalaya.

En esta clase de asuntos no hay mejores ni peores; las potencias y los bloques o alianzas desarrollan de manera equivalente las líneas de acción, maniobras y simulacros humanitarios que consideran convenientes o necesarios en orden a la consecución de sus fines. No procede, por cierto, aquella distinción de los ochenta cifrada en un campo del Bien trabado en pugna con el Imperio del Mal; semejante caracterización de los bloques internacionales, pregonada por un presidente americano, no era más que una secuela de la cinematografía infantil de entonces. Como consecuencia de tales concepciones, no disipadas del todo en un mundo inmerso ya en pleno siglo XXI, la ciudadanía de las diversas formaciones plurinacionales queda sometida al tañido insolente de uno u otro carrillón informativo. Los tiempos signados por disputas territoriales activan todos los campanarios y espadañas disponibles, echando al vuelo el milenario estruendo de verdades a medias, esquemas sesgados y mentiras lisas y llanas.

Resulta difícil advertir la crudeza de los hechos en medio del énfasis asignado a lo superfluo; viene a la memoria el efecto mediático de los patos empetrolados en la Primera Guerra del Golfo Pérsico, donde la exposición lastimosa de las aves no dejaba de ser una minucia convocante. El daño ambiental, atribuible al tirano de Bagdad, fue mucho más difundido en el sensible Occidente que la estampa atroz de los soldados calcinados con su cuerpo a medio salir de los tanques en llamas. Por ello, el analista del conflictuado presente, si aspira a ver en medio de la confusión algo más claro y preciso que el retintín propagado por su propio campo, necesitará una visión descontaminada, libre de juicios previos (pre-juicios), a cubierto de engaños sembrados con antelación, destinados a fomentar mentalidades condicionadas.

Uno de los diarios bienpensantes de Argentina registra hasta el momento, en su archivo digital, nada menos que 86 artículos relacionados con la idea de "frenar a Putin". Entre nosotros poco se habla, en cambio, de frenar a la OTAN -una organización armada-, como si la alianza atlántica fuese una ONG ajena a toda audacia. Existen diversos sitios que señalan sus atropellos más flagrantes y las complicidades en juego, pero sus prédicas, muy directas y algo desequilibradas, caen en saco roto, se pierden entre las olas desinformativas administradas con profesionalismo.
Participamos convencidos de los ideales libertarios, pero ningún ideal, ni siquiera el más alto, puede justificarlo todo sin caer en el fundamentalismo; ¿es posible atribuir al humanismo trascendente del nazareno las masacres perpetradas durante los siglos afiebrados de las Cruzadas? No. De igual modo, la causa de la libertad no puede justificarlo todo.

Nace la OTAN, tan geográficamente definida, en la bella Washington, Distrito de Columbia, el 4 de abril de 1949. Nombre de la madre: Gran Bretaña. Nombre del padre (paternidad reconocida a última hora): Estados Unidos. Madrina de bautismo: la France. Sexo de la criatura (al menos en castellano): femenino -es la OTAN-. La madrina, Francia, toma distancia de su ahijada en 1966. Por su parte, el Pacto de Varsovia nace en otra primavera, el 14 de mayo de 1955. Padre y madre de la criatura: la Unión Soviética (es un caso temprano de autoinseminación o partenogénesis, vaya uno a saber). El nombre del recién nacido es breve e impresionante; si querían asustar, lo lograron. Sexo: masculino -al menos para nosotros es el Pacto de Varsovia-. En relación con esta secuencia no faltan inversiones temporales antojadizas, como si la OTAN hubiese nacido para afrontar el desafío de un pacto inexistente. Nota: algunos textos permiten una lectura entre líneas; aquí, entre pequeños deslices, es legible cierta información casi olvidada.

La crisis desatada en Ucrania a fines del último invierno boreal comienza con el golpe de Estado perpetrado contra el presidente Viktor Yanukovich (obtuvo el 48,9 % de los votos). El presidente depuesto era abiertamente pro-ruso. Este aspecto suele ser señalado como censurable; pero el caso es que Ucrania es un país fundacional de la propia Rusia, integró el Imperio, formó parte de la URSS y alberga numerosos ciudadanos de origen ruso, cuyo idioma es hablado por la mayoría; además, Ucrania y la Federación de Rusia mantenían, hasta el momento del golpe, toda clase de intercambios en un marco de mutuo beneficio. Desde el comienzo de las protestas fue clara la participación de una variedad de agrupaciones y corrientes políticas, laborales y sociales, descontentas con un gobierno muy poco transparente. La situación inicial fue confusa; pero a poco andar un grupo conservador asumió el control y surgió como beneficiario de la asonada, organizado y unido bajo el liderazgo de sectores pro-occidentales (pro-OTAN, precisamente). Los usurpadores se reconocen como tradicionalistas, un eufemismo caro a las posiciones de derecha. Un proceso electoral apresurado y amañado -irregular en diversos aspectos, algunos de ellos muy gravitantes sobre los resultados- encumbró en el mando a los jefes golpistas, cohonestados por un vidrioso acto comicial, contando, sobre todo, con el apoyo entusiasta de poderes domiciliados en Occidente.

Ninguna novedad trae el recurso de resquebrajar áreas ajenas mediante revueltas promovidas y alentadas con disimulo, para luego cooptar territorios, bajo una u otra figura. Este tipo de maniobras ha sido varias veces puesto en práctica entre 2000 y 2005 en países "primaverizados"; en general se trata de naciones postcomunistas, pro-rusas o independientes. Son mascaradas conocidas como "revoluciones de colores". El recurso no es nuevo: mutatis mutandis, resulta ilustrativo el caso de Texas, que integraba el territorio mexicano: este importante país -en sentido geográfico- llegó a convertirse, durante unos diez años (1836-1845), en la República de Texas, antes de integrarse, finalmente, a la Unión americana como uno más de sus Estados. El mecanismo es viejo pero funciona. En el caso de la captura de Ucrania por parte de las coaliciones occidentales, la acción hábil y exitosa de los complotados originó, por parte de Rusia, una rápida maniobra restitutiva de la porción peninsular de Ucrania, consumada con destreza por el ex agente de la inteligencia soviética, Vladimir Putin. Un proceso simétrico del que intentaba la OTAN logró el inmediato regreso de Crimea al seno de Rusia, con apoyo masivo de la Duma (apareció un voto en disidencia, solo uno), con anuencia de los líderes de Crimea y de los residentes pro-rusos de toda Ucrania, así como de la opinión pública nacional rusa.

El valor territorial de Crimea es evidente, pero reviste, sobre todo, una enorme importancia naval. La pieza clave de la península es la base de Sebastópol, asiento de grandes flotas de mar. A partir de esa posición se dispusieron, antaño y asimismo en los últimos tres cuartos de siglo, los sectores de batalla en el Mar Negro; estas previsiones son establecidas en orden al objetivo de sostener fronteras defendibles en un área decisiva para asegurar la intangibilidad de Rusia (el dominio del antiguo Ponto Euxino por parte de una armada extranjera comprometería seriamente la defensa del núcleo territorial). La recuperación de Crimea representa una demorada restitución formal; en efecto, la histórica península había sido graciosamente cedida por Nikita Kruschev a su patria chica adoptiva (19 de febrero de 1954). El joven Nikita, nacido en Rusia, cerca de la frontera oriental de Ucrania, trabajó en Yúzovka, nombre anterior de la actual Donetsk -uno de los epicentros del enfrentamiento en curso-. Una vez en el cenit de su carrera, el poderoso Kruschev, dotado de la proverbial astucia campesina, tuvo su gesto principesco en favor del antiguo terruño de acogida cuando semejante obsequio no significaba más que un reordenamiento interno en el territorio nacional de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

La historia extensa y compleja de diversos pueblos reconocidos como cosacos ha sido objeto de intrincados estudios. El palíndromo kazak (legible por igual en cualquier sentido) significa, según criterios aceptados, hombre libre, nómada. Se trata de pueblos cincelados en áreas de gran frontera, diferenciados entre sí según su relación con determinados ríos de llanura. Así, por ejemplo, algunos de estos pueblos esteparios quedaron identificados como los cosacos del Don y otros como cosacos de Kubán. Estos jinetes libérrimos se desplegaron en indefinidos espacios esteparios disputados con tártaros y turcos, entre otros pueblos habitantes de aquellas regiones de transición. Las fronteras, se ha dicho, son "lugares de memoria". Quedan conjugadas en ese concepto las acciones del hombre de los confines, siempre sujetas a condiciones inciertas y al imperio de perennes dualidades.

Un momento llamativo en la prolongada secuencia de relaciones entre rusos zaristas y cosacos tuvo como protagonistas a los altivos y temibles príncipes moscovitas del siglo XVI. Al respecto parece impecable y anticipatorio un párrafo de Paul Herrmann escrito en su obra erudita Grandes exploraciones geográficas, Labor, Barcelona, 1982, p.33:

Es muy difícil puntualizar el verdadero significado de la palabra cosaco. El vocablo, de origen tártaro, designa a los pueblos ecuestres que, a fines de la Edad Media, vivían entre el Don y el Dniéper, es decir, en la región que hoy llamamos Ucrania y que tantos quebraderos de cabeza causa -y seguirá causándolos en el futuro- a los zares rojos de Moscú, de igual forma que los causó a sus antecesores "blancos". Cabalgar y pillar son para los cosacos términos sinónimos, como lo son para muchos caballeros alemanes, italianos y franceses del Medievo. Mirado desde arriba, desde la altura de los grandes duques moscovitas, cosaco ha significado lo mismo que bandido y ladrón.

No debe extrañar, entonces, que Moscú pusiese en marcha, en el último cuarto del siglo XVI, una expedición punitiva contra los cosacos, quienes se vieron obligados a marchar hacia los bosques deshabitados del gran Norte. Perdidos sus caballos, navegaron aguas abajo, en improvisadas embarcaciones, siguiendo los cauces de los ríos que corren hacia los mares glaciales. En 1581 se encontraban muy al este de los montes Urales, iniciando así la ocupación de la ignota Siberia, donde el invierno -se dice- congela a los gorriones en vuelo, derribándolos como muertos. Por cierto, los cosacos no pudieron avanzar más allá de los límites de (in)tolerancia trazados por los mongoles; se trataba de descendientes de aquellos que azotaron la historia; de tal modo, no eran gente dispuesta a permitir incursiones improvisadas en las inmensidades del Asia profunda. Años después, desde 1584, conduce el Estado el legendario Boris Godunov, líder del consejo de regentes al servicio de Teodoro I, hijo y sucesor de Iván el Terrible. El futuro zar dispone la ocupación sistemática del gran espacio inexplorado donde alguna compañía salinera y luego los cosacos expulsados habían cargado con las penurias de la labor pionera.

Un hito fundamental en la historia que involucra a los cosacos, y en la evolución del marco socio-cultural que los contiene, consiste en el reconocimiento, por parte de Ucrania (1654) de la autoridad del zar ortodoxo moscovita (Alexis I). Esta reubicación política de Ucrania en la configuración regional no significa una renuncia a las bases profundas de su identidad comunitaria. Por el contrario, la opción estuvo fundada en motivos religiosos -defensa de su fe ortodoxa- frente al catoliscismo de Polonia, la cual era por entonces una firme y extendida potencia regional. Ya en el siglo siguiente, el núcleo de Ucrania occidental constituyó la Rusia Menor; este nombre correspondió durante los tiempos del Imperio al territorio situado sobre la banda oriental del Dniéper, incluída Kiev, cuya planta urbana ocupa ambas bandas del río.
La nación ucraniana comprende una rica diversidad cultural y reconoce distintos orígenes; sus valores compartidos no se reducen a aquellos de la tradición cosaca, pero ciertas familias ucranianas, reputadas de tradicionales o portadoras de blasones reconocidos, conservan hasta hoy su identificación con la cultura autóctona de los cosacos. Numerosos miembros de esta estirpe bravía, pertenecientes a diversas y antiguas formaciones esteparias, tomaron parte activa en la lucha por la independencia de la Ucrania moderna (1917-1920).

Hay que decirlo: entre los cosacos no han escaseado los sentimientos antisemitas. En la guerra que perdieron con los polacos -mediados del siglo XVII- las huestes cosacas llevaron la muerte a numerosos aldeanos y campesinos judíos. Ya en pleno siglo XX, civiles cosacos colaboraron de buena gana con los ejércitos hitlerianos durante su invasión a Rusia, tomando parte de manera espontánea y directa en los atropellos callejeros y en los crímenes contra personas indefensas pertenecientes a las comunidades judías. En años recientes han sido difundidos ciertos documentos fílmicos de la Segunda Guerra Mundial donde quedan expuestas las imágenes de hombres y mujeres, típicamente cosacos, maltratando a ciudadanos judíos; además, desfilan muy orondos -contentos de sí mismos-, practicando el saludo nazi, con el brazo derecho extendido en dirección imaginaria hacia un futuro tan grandioso como estrafalario. Goering, quien no advirtió la oportunidad que se le presentaba, terminó cazando también a los cosacos; el obeso mariscal cometió así uno más entre los numerosos desatinos de aquella desastrosa campaña. No obstante, el fenómeno cosaco es portador de riqueza cultural y diversidad ideológica; en honor a ello recordamos que una de sus formaciones militarizadas participó del magno Desfile de la Victoria celebrado en Moscú, en junio de 1945.

La península de Crimea brinda facilidades portuarias de excepción en un país continental rodeado por mares glaciales, afectados durante buena parte del año por el congelamiento local -autónomo-. Es el caso del Báltico y de los mares del gran norte siberiano -Blanco, Kara, Laptev-, así como los de Bering y Okhotsk, mares marginales del Pacífico Norte. La posesión de la península representa para Rusia un imperativo estratégico irrenunciable. Sucesivos enfrentamientos armados, sobre todo con las fuerzas turcas, aseguraron al Imperio Ruso, en fechas tempranas, el dominio del Mar de Azov y de la rivera septentrional del Mar Negro; además, el Imperio obtuvo de los otomanos -de la Sublime Puerta- la libertad de paso por el Bósforo y por los Dardanelos -el antiguo Helesponto-. Pero una y otra vez la oposición diplomática y militar de Inglaterra (luego Gran Bretaña) logró evitar o limitar la presencia rusa en el Mediterráneo. Finalmente, la "Marina total" desarrollada por la URSS después de la crisis de Cuba (crisis "de los misiles") aseguró a Rusia su presencia en el Mar Mediterráneo, con todas las consecuencias geoestratégicas que ello implica.

Sebastópol, puerto militar comprometido en diversas contiendas, cayó varias veces en manos enemigas; en todos los casos ello ocurrió con la intervención de tropas terrestres (400.000 soldados asediaron la base durante la Guerra de Crimea, 1853-1856). Una curiosidad histórica, marcada con ribetes épicos y estremecedores, demuestra una vez más el significado del bastión naval en aquello que suele denominarse el alma rusa. Durante la captura de la plaza por franceses, británicos y otomanos, en 1855, cayeron con honor siete almirantes zaristas, incluyendo al comandante de las fuerzas defensoras; el punto consiste en que tres de ellos sucumbieron luchando a pie, arma en mano, como infantes o artilleros. Lo atestigua un joven, presente en tan trágicas jornadas: el soldado Lev Nikoláievich Tolstói, es decir, León Tostói.

En relación con la crisis desatada en febrero resulta sorprendente que la ilusión estratégica de las potencias atlánticas, junto a sus aliados no tan atlánticos, haya llevado a sus líderes al extremo de creer que por vía de una asonada pro-occidental, promovida en plena capital de Ucrania y extendida desde Kiev al resto del país, podrían quedarse con las márgenes septentrionales de los mares Negro y de Azov, junto a la preciada península de Crimea. De ese modo -han de haber imaginado- plantarían allí sus bellas banderas, en pleno bastión de la armada rusa, en el histórico reducto portuario construído entre las riveras escarpadas de la ría de Sebastópol (fundada en 1784 por el Príncipe Potemkim). También quedarían en poder de la OTAN las bases subterráneas para sumergibles sitas en Balaklava. No faltarían beneficios adicionales: la habilísima alianza triunfante retendría el puerto de la cosmopolita Odesa, originalmente destinado por Catalina II a las operaciones mercantiles del Imperio Ruso. Los planificadores del occidente guerrero soñaban -cabe suponerlo- con sus naves surtas en los mayores puertos militares y civiles del Mar Negro y con sus marinos de guerra yendo y viniendo por los muelles recién conquistados.

El plan concebido por la alianza atlántica y puesto en marcha en esta primavera ucraniana expresa un expediente ambicioso en extremo, audaz, poco claro y destinado al fracaso. Los hechos acaecidos lo demuestran. Por su parte, los acontecimientos en pleno desarrollo (sometidos a interpretaciones caprichosas y sesgadas) no cesan de alarmar al mundo; un remolino de violencia armada se cierne sobre el este ucraniano (o, quizá, sobre Ucrania del Este). Pero los estrategas y los decisores occidentales creyeron posible consumar una maniobra impecable. Y lo intentaron. Son admirables.

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Eduardo Thenon obtuvo el doctorado de investigación (Ph.D.) en la Universidad Laval, Québec, Canadá. Recibió la mayor distinción que discierne la Facultad de Estudios Superiores en la instancia de graduación doctoral.
Es profesor titular de investigación en carreras de maestría y de doctorado de la Universidad Nacional de La Plata. (UNLP, República Argentina)
eduardothenon@gmail.com